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         Hace ya unas horas en las que el último visitante dejó aquí sus plegarias. Todo está ya oscuro y el párroco se dispone a apagar las últimas luces. Ya no huele a cera y el aire está frío. Todavía no está cumplido el primer mes del invierno. La oscuridad de la noche es profunda. Las tenues luces de las velas eléctricas provocan extraños efectos. En la penumbra una pequeña luz parece transformarlo todo, aunque no hay nitidez en las imágenes. Algunas, como la titular de la capilla parece desaparecer por efecto de la cámara. Los santos meditarán las plegarias recibidas. Años de rezos, generaciones completas, hermanas de la caridad, feligreses, párrocos han pasado por aquí durante décadas y no parece quedar nada. Solo quedará aquello que recojamos mediante nuestro testimonio. Daremos cuenta de lo que hemos visto y oído. Todo existirá mientras estemos aquí para ver y dar cuenta de las cosas. Las luces permanecerán encendidas mientras mantengamos nuestra labor de vigilancia. Da igual que nadie entre a verlas, o que sean cinco o varios cientos los que entren y ofrezcan sus plegarias. Lo importante es que quien entre, las encuentre encendidas. La labor es muy difícil, precisa de constancia y de perseverancia, porque la mayor parte de las veces, la ayuda casi no existe. Quien un día estuvo, ya no está. Algunas veces se encuentra a alguien inesperado en este instante final. Otras no. Entramos y salimos en soledad. Se entra a cumplir con una labor, pero a veces, se ven hechos diferentes, instantes que merecen la pena y que transforman nuestra visión de la vida. Hay que seguir yendo, hasta que todo se acabe, porque todo tendrá un fin. Todo está aquí y a la vez nada.