¿Porqué Dios Padre no aceptó los frutos que Caín le ofrecía, que había en ellos de malo?, ¿era solo la actitud de uno y otro lo que los diferenciaba?. Es casi imposible asomarse al fondo de este enigma, sin acabar aún más desconcertado. Aún así, el arrepentimiento de Caín tras su crimen fue sincero, y hablando de esta manera a Dios mismo, obtuvo algo que todavía desconcierta más: Mi maldad es tan grande, que no puedo yo esperar perdón. He aquí que tú hoy me arrojas de esta tierra, y yo iré a esconderme de tu presencia, y andaré errante y fugitivo por el mundo; por tanto, cualquiera que me hallare me matará.
La respuesta de Dios no tiene explicación alguna, aunque sí muchas interpretaciones: No será así; antes bien, cualquiera que matare a Caín, recibirá un castigo siete veces mayor. Y puso el Señor en Caín una señal para que ninguno que le encontrara lo matara. ¿Qué Dios es ese, es el Padre/Abba al que se refiere un ay otra vez, Jesús el Cristo?.
Tenemos aquí varias cosas, en principio un crimen y un castigo, y también una diferencia de trato, que provoca los celos entre hermanos. Un padre que se muestra implacable en un principio y que luego protege a Caín con una señal, para que nadie agrave las ya de por sí duras consecuencias de su acto.
Hay también una advertencia, y es la del ensañamiento con «el caído», con el débil, algo de lo que parece complacerse mucho esta sociedad que crearon antes que nosotros. Caín puede ser cualquiera, pero la hipocresía reinante, hace que individuos y personas peores aún que Caín, que ni siquiera toman en cuenta los pecados propios, ni sienten remordimientos, se comporten con mayor virulencia y saña que cualquier sayón o edecán.
Buscar cabezas de turco, o chivos expiatorios es una costumbre demasiado arraigada, sobre todo, cuando los tiempos vienen duros. La gente, en general, se vuelve más implacable con el débil y busca aumentar su sufrimiento.