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Ad resurgendum cum Christo

           La Sacra Romana e Universal Inquisición, vulgarmente Santo Oficio, se extinguió en el siglo XV, como consecuencia de la desaparición de las grandes herejías, bien por propia decadencia o por que fueron ayudadas a extinguirse. La evolución histórica impuso un cambio de nombres e incluso de mentalidades. Hoy ya no es posible afirmar lo que el Papa Urbano II: “el buen cristiano matará a su hermano hereje, con las entrañas abrasadas de amor a la Santa Madre Iglesia”. Esto es un error enorme, aunque previsto ya por Juan en su evangelio: “Llegará la hora en que aquél que os de muerte crea hacerlo en nombre de Dios, pero esto es así porque no han conocido ni al Padre, ni a mí”. Hoy ya no se mata, pero sí se persigue y señala.

             Hay una auténtica rebelión interna y externa contra el Papa Francisco I, desde grupos potentes, por su intento de mirar a la sociedad con los ojos del siglo XXI. Una mujer que ha abortado, un divorciado, una persona o pareja de condición homosexual, no pueden encontrarse la iglesia cerrada, ni ser objeto de condenas, marginaciones o persecuciones legales. Quien recomienda un tratamiento médico a un homosexual o lesbiana, tiene una mentalidad enfermiza. Esto es lo que pretende hacer ver Francisco I, un anciano, a un círculo eclesiástico enraizado en el medievalismo. Esto es lo que pretende, pero no puede, constreñido por los estrechos raíles de la doctrina y de la tradición. Diariamente es ridiculizado en viñetas, vídeos musicales, o escarnecido en artículos demoledores. La antigua inquisición sigue presente.

         El nombre de Santo Oficio también desapareció con la gran reforma de La Curia, iniciada en 1908 por Pío X y continuada a partir de él. El nombre estaba demasiado vinculado al recuerdo de rigores antiguos, excesivos y mal vistos, en propias palabras vaticanas; y fue sustituido por el de Congregación para la Doctrina de la Fe.

          En la actualidad vigila muchas cuestiones, tanto doctrinales, como personales (denuncias por casos de pederastia), y de la vida de las congregaciones religiosas, en sus facetas económicas, morales e individuales. Como las meigas, sigue habiendo herejías y prácticas no conciliables con la creencia y normativa católica romana. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos en nada que, salvo en los aspectos esenciales, la creencia del siglo I no era la  misma que la del  siglo X, y que la religiosidad decimonónica, en la que gran parte de la masa creyente y eclesiástica pretende seguir instalada, no es la misma que la actual, ni ésta será igual a la del siglo XXV.  Chiesa aperta (iglesia abierta), implica que no solo se abran los templos, sino también las mentalidades y el espíritu a situaciones de toda índole.

                           Ad resurgendum cum Christo                 

       La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en el mes de octubre una carta, en la que establecía límites a la práctica cada vez más generalizada de la cremación. “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo”, dice en su primera línea. La iglesia sigue recomendando la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos, pero también indica que la práctica de la incineración no es contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural. Pone coto eso sí, al aventamiento y reparto de las cenizas del difunto entre familiares, o en lugares que le fueron queridos en vida. Esto ya no se podrá hacer más, salvo que se reniegue abiertamente de la fe.

      En los últimos tiempos me veo obligado a responder constantemente sobre mi presunta conversión, por el mero hecho de escribir sobre La iglesia. A todos les respondo por igual: No puedo convertirme a la religión en la que estoy bautizado.

      Finalizando con el tema de la conservación de los restos mortales, el pasado verano pude ver en la Catedral Primada de España, la sepultura del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, el llamado cardenal rojo y al que se recibía en sus visitas apostólicas con el lema de: “Tarancón al paredón”. A este Papa también se le está calificando, entre lindezas varias, como rojo. Me sigue sorprendiendo que en España, todavía, rojo se siga usando como adjetivo descalificativo.

       En cuanto a la resurrección, además de materia de fe, plantea problemas. Es claro que no volveremos a ver a nuestros seres queridos en la misma forma en que los conocimos. El cuerpo resucitado no se identifica como tal, esto es lo que les ocurrió a los apóstoles, cuando caminaron junto al “Resucitado” y no le conocieron.

      Resulta tremendo el episodio narrado por Juan, cuando Jesucristo ordena abrir la sepultura de Lázaro, fallecido 4 días antes. Otros ejemplos similares narrados podrían referirse a estados comatosos o a reanimaciones. La creencia era y es que se resucitará en el último día, no antes, como pretenden algunas creencias erróneas que incluso celebran la muerte.

     Mientras tanto y habida cuenta de que nadie, en 2000 años, ha vuelto desde el más allá, toca pensar que “la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos”. Es esto o la muerte para siempre.