



El padre Antonio María Claret, santo de la Iglesia Católica desde 1950, fue el confesor de la Reina Isabel II en una de las épocas más turbulentas de la historia de España, en medio de las Guerras Carlistas y las de Marruecos. Había nacido el 23 de diciembre de 1807, solo un año antes de la invasión napoleónica. Su vida transcurrió también durante el tiempo de «los espadones», como Espartero, Narváez y Serrano, que no solo propiciaban gobiernos, sino que también los empujaban al abismo. La primera mitad de de su vida transcurrió en Cataluña, en donde destacó por su talento como orador.
Estuvo un año en Roma entre 1839 y 1840. Hasta su nombramiento como arzobispo de Santiago de Cuba entre 1850 y 1856, ejerció como misionero apostólico en diversos lugares de la geografía española, siendo Canarias la más alejada de todas. A la par que recorría el territorio peninsular, fundó diversas congragaciones religiosas, siendo la más visible de todas en la actualidad, la de los Misioneros Claretianos, dedicados fundamentalmente a la enseñanza.
Sin embargo, su regreso a España y su designación como confesor Real por la Reina Isabel II, sería el hecho más trascendente que marcaría su vida y que le otorgaría una relevancia nacional, entre los muchos hechos que jalonaron y conformaron su biografía. Mientras ostentó ese cargo, viviría entre Madrid y La Granja de San Ildefonso, en cuya iglesia del Rosario fue capellán.
Isabel II estaba sobrada de influencias malévolas e interesadas: y muy falta de consejeros sin pretensiones. Parece que los encontró y así lo dejó señalado en una de sus muchos testimonios, en el padre Claret y en Sor Patrocinio. Además de ser dos iconos del catolicismo tradicional español, quedaron señalados por aquellos que, truncadas sus ambiciones políticas y pretensiones, vieron en ellos el último baluarte de la Reina antes sus ambiciones. Fueron vilipendiados en crueles, zafias y groseras sátiras, que hoy en día no serían ni siquiera publicadas. Al parecer uno de los financiadores era Narváez, el espadón de Loja, que contaba con la complicidad de la imprenta de los hermanos Becquer en Sevilla, ciudad en la que vivía uno de los mayores enemigos de la Reina , el duque de Montpensier, Antonio de Orleans, casado con su hermana María Luisa Fernanda.


