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Parroquia pobre, cofradías ricas
Esta es la impresión que se tiene al visitar la parroquia de Sto. Domingo de Guzmán en Málaga, antiguo convento de los dominicos. Sin embargo hay algo que sobrecoge en esa nave grande y carente de ornamentos. Comparada con otras iglesias de Málaga la sensación de vacío es muy grande. Málaga es muy barroca y llena sus iglesias con profusión. Sin embargo hay que recordar algo, y es el pavoroso incendio al que fueron sometidas la práctica totalidad de las iglesias y conventos de Málaga en las trágicas jornadas del 11 y 12 de mayo de 1931. Ardieron los edificios, los exornos, las imágenes, y cualquier clase de ornamentos y arte sagrado. No quedó nada de valor. Todo lo existente en la actualidad es posterior a 1940.
La parroquia de Sto. Domingo fue erigida como tal en 1841, y se encuentra enclavada en lo que fue el popular y humilde barrio del Perchel, del que ya apenas queda nada. Hoy es una zona lujosa de la capital malacitana junto al río Guadalmedina. Su historia arranca con la reconquista de Málaga en 1487. Allí se instalaron los dominicos en 1493 y la primitiva iglesia se retrotrae hasta 1515, con sus sucesivas ampliaciones y nuevas capillas. Algunas de las más potentes y esplendorosas cofradías de Málaga se encuentran allí radicadas, como Paso y Esperanza, Soledad, Cabrillas o Rescate. Sin embargo hay un nombre que atravesó el mundo religioso español en su momento y que hoy sigue siendo emblemático, y es el de Mena y su prodigioso y primoroso crucificado, desparecido entre las llamas que asolaron la parroquia el 12 de mayo de 1931. El actual es una esplendida talla de Francisco Palma Burgos, la última persona que vio e intentó rescatar al crucificado del imaginero Pedro de Mena. En ese año tenía el nombre de san Carlos y Santo Domingo.
Todo está reconstituido, aunque todavía quedan algunos vestigios al descubierto de los primitivos suelos, muros, altares y columnas. No es mucho, pero se mantiene el vínculo con el primitivo e histórico templo. Hay una capilla exterior, la de la virgen de los Dolores y otra capilla igualmente atractivas, pero es imposible resistirse al sordo rumor de la capilla del Cristo de Mena o de Palma Burgos. Hay algo que te dirige hacia ella, incluso desde el exterior del templo. La posición del actual crucificado es casi idéntica a la del desaparecido, pero la placidez que representaba la talla de Mena ya no está. La talla de Palma Burgos refleja el dolor del artista por el trágico final de aquella a la que tuvo que sustituir. Las hechuras y contornos evocan a la efigie de Mena, pero no pueden evitar reflejar el sufrimiento interior del artista, que vio desvanecerse en el fuego al crucificado al que dedicó parte de su vida cofrade. El fuego que consumió la imagen de Mena retuerce casi imperceptiblemente, el rostro y la figura de la talla de Palma Burgos. Sin embargo, el conjunto conserva y evoca el espíritu de la desaparecida. Sin aclarar más, Palma Burgos dijo que el crucificado de Mena está en esta talla. ¿Qué quiso decir con esa enigmática frase?.
Alojada en lo más profundo de su capilla, alejada del público por las rejas, transmite una sensación apacible, distinta de la del bullicio y esplendor procesional de la Semana Santa. Allí pasa 50 semanas al año. Personalmente me gusta más así, alejada de todo aquello que convirtió a la efigie de Mena en objeto de una atención excesiva, y de una ira infinita.
Nota: La quema de conventos en Málaga, José Jiménez Guerrero. Edit. Arguval, 2006