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          La imaginería de la Iglesia romana nos la presenta como una mujer bella y salvo excepciones, de piel blanca, de cutis terso, cargada de joyas, coronas y alhajas, pero la “María” real fue una sencilla pastora palestina, de tez probablemente oscura y pelo negro, de costumbres, vestimentas y hábitos sencillos.

         Mariam, la mujer que llegaría a constituir “el ónfalos” de la religión cristiana junto con la resurrección de su hijo, sigue siendo una absoluta desconocida.   Primero porque los evangelios llamados canónicos, los admitidos como verdaderos por La Santa Madre Iglesia, apenas dicen nada de ella. Segundo porque pese a la imagen almibarada de la madre de Cristo trasmitida por la teología oficial, su papel es trascendental. Como dice Alan Posener en “María”: Sin María no hay Jesús.

             La relación de Cristo con su madre también es enigmática y por lo poco que dejan ver los evangelios, parece una relación difícil. En un pasaje el mismo Cristo se incomoda ante una sugerencia de su madre en las bodas de Caná, y se dirige a ella con un desabrido ¿Qué a ti y a mí, mujer?.  En otro pasaje, se le anuncia la presencia de “su madre y hermanos” y los rechaza diciendo: “Quien cumpla la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

              Tampoco consta que “una vez resucitado” se apareciera ante ella  para comunicarle el trascendental hecho, y eso pese a que “el encuentro de madre e hijo” es uno de los actos preferidos de La Semana Santa. Es su madre la única que no tiene miedo tras la ejecución y muerte de Jesús y la que calma y tranquiliza a los apóstoles ante la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés.

           Todo lo que se sabe de ella, de sus padres, de su niñez, se conoce gracias a los denominados “evangelios apócrifos”,  y que La Santa Iglesia va hoy admitiendo poco a poco, empujada por los descubrimientos de textos como los de Qunrán y Nag Hammadi, pese a que en los pasados siglos, la defensa de estos otros textos llevase a “la hoguera” a más de uno de sus defensores o a declaraciones de herejía y excomuniones. 

                  Diferentes concepciones entre Oriente y Occidente 

             Las diferencias entre estas dos iglesias católicas son muy profundas, tanto que si observamos la plasmación de su veneración, parece que no estamos ante la misma persona.

              La Iglesia Ortodoxa no sostiene ningún dogma de Fe sobre María, mientras que la Romana le asigna nada menos que cuatro. En Oriente sólo se la venera como María Teótokos (madre de Dios), siempre se la representa con el niño, nunca sola y solamente en icono plano, bidimensional, jamás en volumen tridimensional o efigie.

              La vírgenes de Occidente son consideras idolatría por La Iglesia Oriental, que no tiene tampoco una cabeza única, sino cuatro patriarcas por tradición y todos del mismo rango. No acepta pues tampoco el primado de Pedro. La Iglesia ortodoxa agrupa a unos 200 millones de creyentes.

               En Oriente la Virgen no fue “asunta al cielo” sino “dormida” y sólo se la representa iconográficamente de tres maneras, como La Virgen del Signo, La Virgen Hodiguitria (la que señala el camino) y La Virgen de La Ternura. Considera que María llevó una vida de pureza y castidad y proclama su virginidad perpetua, pero sin dogma y sin llegar tan lejos como El Vaticano, que proclamó como Dogma de Fe “La Inmaculada Concepción” de la propia María.

            La ruptura definitiva y ad aeternum entre las dos iglesias se producirá en 1204, cuando los cristianos de La IV Cruzada, mandados por el Papa Inocencio III, saqueen y destruyan la ciudad de Constantinopla, la ciudad consagrada a María.

      Los sucesos según  Nicetas Coniates, historiador bizantino

          Destrozaron las santas imágenes y arrojaron las sagradas reliquias de los mártires a lugares que me avergüenza mencionar, esparciendo por doquier el cuerpo y la sangre del Salvador. En cuanto a la profanación de la Gran Iglesia (se refiere al saqueo y destrucción de la catedral de Santa Sofía), destruyeron el altar mayor y repartieron los trozos entre ellos. E introdujeron caballos y mulas a la iglesia para poder llevarse mejor los recipientes sagrados, el púlpito, las puertas y todo el mobiliario que encontraban; y cuando algunas de estas bestias se resbalaban y caían, las atravesaban con sus espadas, ensuciando la iglesia con su sangre y excrementos.

          Una vulgar ramera fue entronizada en la silla del patriarca para lanzar insultos a Jesucristo y cantaba canciones obscenas y bailaba inmodestamente en el lugar sagrado,  tampoco mostraron misericordia con las matronas virtuosas, las doncellas inocentes e incluso las vírgenes consagradas a Dios.

           Este culto a La Virgen es una transformación del culto a la diosa madre, es la supervivencia de Artemisa, la diosa mediterránea que tenía su principal centro en Efeso, el mismo lugar en que dicen que María fue Asunta al Cielo María, según la tradición occidental o solo “dormida” según la tradición de Oriente.

      Nota: http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/maria_s.htm