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Juan, el Bautista, era la voz que predicaba en el desierto, tal y como él decía y las gentes, deseosas de señales, acudían a él en su busca, a lo que  respondía: yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí. Las personas están ávidas de señales, aunque no lo parezca. el problema es cómo distinguir las verdaderas, cómo no seguir a los falsos señuelos, a los falsos profetas. Todos los evangelios inician su relato con el testimonio del Bautista, indicación de la importancia que tienen tanto el anunciador, como el anunciado. Aquí tenemos una condición necesaria y previa, y es que el profeta, por lo general, no gozará nunca de los beneficios del don que ha recibido. La vida del profeta es dura, está destinado a no ser creído (caso de Casandra), y solo podrá comprobarse la verdad de sus profecías pasado el tiempo.

Juan, el anunciador lo dírá con más claridad: por eso mi gozo es completo. Es necesario que él crezca y que yo disminuya. Ningún profeta, si es verdadero, recogerá la cosecha de sus profecías. Esto es otra condición necesaria, y que distingue al que lo es, del que no lo es. No se escribe o se anuncia alguna cosa por un motivo o interés concreto.   El mismo Cristo lo afirma sin duda alguna: ningún profeta es apreciado en su tierra. Diríamos que casi en ninguna, pues la gente solo quiere oir aquello que le resulta agradable y cómodo, y no aquello que debe ser dicho y oído.

La voz y el dicho de la profecía crea disensión

  • Mateo 10:34-36: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. 35 Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; 36 y los enemigos del hombre serán los de su casa.”
  • Lucas 12:51-52: “¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión. 52 Porque de aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres.”

Todo esto precisa ser explicado, porque no es lo mismo crear disensión que discordia, y la profecía si es de verdad, divide como una espada, puescorta aquello que no es sano, y al final une, porque elimina aquello que impide la unión, separa y desbroza lo que está seco y solo debe servir como leña para el fuego. Lo primero que es necesario cortar,  es aquello que está dentro de nosotros, y que nos ata a lo que nos esclaviza. Todo se relaciona, esta entrada con la anterior, y la anterior con la que le precedía, y el conjunto, a lo mejor,  se entiende.

El que anuncia y dice, no lo hace en su propio nombre ni en su propia causa: «yo no puedo hacer nado por mí mismo. Como oigo, juzgo, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado». Juan 5, 30