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El Rosario o la corona de rosas
A finales del siglo XII los ejércitos Papales se disponían a acabar con la herejía de los albigenses, una más de las muchas con la que ha acabado La Iglesia. Horrorizado ante la inminencia de una nueva carnicería, Santo Domingo de Guzmán se retiró a un bosque cercano a Toulouse y comenzó a rezar de modo constante. Así estuvo durante tres días, durante los cuales, sin querer, había “inventado el rezo del Rosario”.
Las directrices ante la duda de cómo distinguir a los herejes de los que no lo eran, según una pregunta del oficial al mando del Ejército del Papa, eran claras: «matadlos a todos, y que Dios escoja a los suyos». Así pues, entre el hierro de la espada y la alternativa de la conversión, no cabía ninguna opción más. Santo Domingo de Guzmán, predicó en la Catedral de Toulouse, según las directrices que le habría indicado la Virgen María, y obtuvo “la conversión” de 100.000 herejes. Quizá fuesen algunas menos, unos 5000, pero en definitiva, se trataba de vidas humanas que no se perdieron.
El Rosario pasó por altibajos, pues apenas 100 años después de la muerte de Santo Domingo, ya estaba bastante olvidado. Tuvo un resurgimiento con las epidemias de “La peste negra” que asolaron Europa en la mitad del siglo XIV (1349), para volver a caer nuevamente. Sin embargo, sería en La Batalla naval de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, cuando La Santa Madre Iglesia lo adoptó de modo oficial, le otorgó rango Institucional e instituyó el nombre y la advocación de María del Rosario. Este es el origen del nombre de Rosario o María del Rosario.
Antes que eso, era una palabra romana, rosarius-a-um, que significaba: de rosas, que eran en realidad las coronas con las que se adornaban las estatuas de los dioses del Panteón romano, y que luego adoptarían los mártires cristianos en el momento de ser arrojados a las fieras del Circo. Esas coronas de rosas, acabarían dando forma al rosario. Todo viene siempre de algún lugar.
El rezo del rosario en La Catedral de Almería
Una tarde de julio, en Almería, en la Capilla del Rosario, todas las tardes del año, un grupo escaso de mujeres, reza el rosario y “el misterio” correspondiente a cada día, ante la presencia de una docena de fieles. Si se cierran los ojos, o aunque queden abiertos pero sin mirar, aunque no se sea creyente, si se concentra la mente en la recitación, llega un momento en que se pierde la noción del tiempo, y desaparece cualquier inquietud interior. Como en todo, no vale cualquiera para dirigir el rezo del Rosario. La voz debe tener una cadencia monocorde. Debe tener aplomo y llenar toda la sala, que tampoco debe ser muy grande. No debe haber ruidos exteriores ni interiores. Todos los sentidos deben estar concentrados en la recitación. Hay muchas páginas web que ofrecen este tipo de rezo. La recitación salmodiada suele durar una media hora. Si la cadencia es buena, como es el caso, durante 20 o 30 minutos no parece existir el mundo.