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       El vendaval que levanta la guerra es incompatible con la oración, entendida como reposo, reflexión, o incluso de diálogo con la divinidad. Dicen que Dios es un buen oyente, pero que no siempre responde, o no lo hace cuando se lo exigimos, ni en la manera en que se lo demandamos. Como en la parábola de los talentos, a cada uno le da y exige aquello para lo que le ha escogido. Nadie puede escapar a su destino. No siempre escogemos aquellas cosas a las que nos dedicamos. A cada uno nos quiere en un lugar diferente y en una misión concreta.
Hace tiempo que llevo intentando regresar a la capilla, dejar las armas, la coraza, y el escudo por el suelo, y sentarme a descansar un rato, un día, un mes entero o no volver a salir fuera. Sin embargo no puedo hacerlo. Cada vez que pienso en ello, el diablo redobla sus esfuerzos y prolonga mis estancias a la intemperie. Me enreda con sus mil artimañas y no me otorga un instante de descanso. A veces no puedo más y el cansancio asoma a mis ojos, y el agotamiento embota mi cerebro. Busco donde apoyarme, descansar, pero no puedo, porque tengo que combatir sin tregua alguna hasta la extenuación. A veces pienso que no puedo con más carga, que la cruz se me caerá de los hombros, que no podré levantarla más, que no aparecerá El Cirineo para ayudarme a sostenerla, o que La Verónica no vendrá nunca para enjugar el sudor de mi rostro. A veces pasa y la desesperación es casi absoluta.
Hay una idea que me resulta atractiva, y es la de la comunidad de oración, que no es más que un grupo de personas, que no se juntan y que están en diferentes lugares, que a una determinada hora, suspende cualquier actividad, y rezan o entonan la misma oración, en auxilio y apoyo mutuo, de unos por otros. Mu gustaría pensar que algo así es posible, una oración común, y que eso sirva de apoyo, de buenas deseos y que proporcione energía mutua, para los diversos avatares y adversidades de la vida cotidiana.
Me ha costado, pero al final he podido atravesar todas la nieblas y densas nubes, y he podido encontrar esta humilde puerta, en donde siempre arde la tenue llama que me orienta. Es una luz que busco cuando no la veo, a la que sigo cuando resulta visible. Cuando no la veo siento su calor, y eso también me orienta. A veces no se ve, pero se siente, y permanece para siempre. Espero que no me abandone nunca.
Ha pasado casi un mes desde mi última entrada aquí, el único lugar en donde no penetra el ruido de la guerra. Este lugar todavía está a salvo.