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          ¿Qué lleva a una persona a situarse delante de una imagen y rezar y solicitar determinado favor o ayuda?. ¿Estamos ante el final de la religiosidad tal y como la conocemos?. El mundo espiritual seguirá existiendo, las religiones también, peor todo evolucionará en un sentido distinto al que conocemos. Centenas de imágenes yacen ya olvidadas en los templos, sin culto alguno, en iglesias que ni siquiera se abren, salvo unos pocos minutos al día. Lo que vemos, como por ejemplo en los cultos y procesiones de Semana Santa, parece ya solo el final de un reflejo de un tipo de religiosidad próximo a extinguirse. Hubo un tiempo en que cada iglesia tenía sus santos e imágenes populares, de las que se editaban decenas de estampas, novenas y oraciones. Cada santa o santo tenía su función, sus atribuciones y se solicitaba su ayuda e intervención para cosas y situaciones determinadas. Todavía vemos a gente frente a esas imágenes, pero en realidad son un porcentaje mínimo con respecto al resto de la sociedad. Los templos están vacíos o cerrados la mayor parte del tiempo. Las procesiones de Semana Santa atraen gente, pero los participantes son una parte pequeña del conjunto de la sociedad. Estamos viviendo en presente, algo que ya pertenece al pasado. Las imágenes han dejado de ser parte de la vida de las personas desde hace tiempo. Proyectamos en ellas parte de nuestro espíritu, son aquello que queremos que sean, nos transmiten algo de lo que en un día fueron, pero nunca nos darán respuesta alguna, aunque parezcan consolarnos, aunque a veces nos parezca sentir que lo hacen.

     La inquietante afirmación que plantea el filósofo francés Marcel Gauchet y que trae a colación el catedrático  Fernando R. de la Flor, en su libro De Cristo; es: la trayectoria de lo religioso, estaría en nuestro mundo ya acabada en lo esencial.

       Hay grandes religiones que no utilizan imagen alguna, e incluso en gran parte de Europa del Norte y Central , del mundo anglosajón e incluso de la Iglesia Ortodoxa, las iglesias y templos aparecen vacíos de imágenes.

         Cuesta mucho mantener encendidas las lámparas de aceite y las velas de cera. La luz de la vela puede irradiar calor y luz, pero su acción es limitada. Hay que mantenerse muy cerca, estar muy pendiente de sus llamas, porque cualquier soplo, cualquier corriente de aire, puede apagarlas todas y dejarnos a oscuras.