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               Enrique Delgado  

        Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Estas palabras del Credo, son las únicas históricamente ciertas, y aquellas de las que podemos dar cuenta. Con la muerte acaba el testimonio histórico del Rabí Jesús y con la resurrección, imposible de probar, se inicia la historia del Cristo de la Fe, del Cristo de Pablo. Hay que tener un cuidado extremo con las traducciones evangélicas, porque puede situarnos en niveles diferentes, tanto de testimonio histórico, como de creencia. Es muy importante la situación cronológica de los textos, porque unos nos llevan hasta otros, como una escalera, y como tal puede bajarse o subirse. Yo siempre busco las traducciones realizadas sobre el texto griego, el idioma original evangélico, porque los matices son muy importantes, si  nuestra pretensión es asomarnos al borde mismo de la posible verdad, ya sea histórica o de la Fe.

                              La cronología de los textos

            Las cartas auténticas de Pablo, que no son todas, y Los Hechos de los Apóstoles, escritos por Lucas, discípulo de Pablo, son los escritos más antiguos o los primeros en ser puestos por escrito, hacia la sexta década del siglo I. Los Evangelios se mantenían en la tradición oral, o en algún texto escrito desconocido hasta la fecha, y que los eruditos denominan como «Quelle», la fuente, dadas las similitudes entre los evangelios de Marcos y el de Mateo. El evangelista Lucas redactaría el suyo a la vista de los otros dos, y teniendo en cuenta la doctrina fijada ya por las cartas de Pablo, que había impuesto su teología sobre el resto de las comunidades cristianas. El evangelio de Juan es el último o más moderno, distinto a todos, y escrito hacia la  mitad del siglo primero.

                                        La muerte en la cruz

             Todo esto es demasiado extenso y profundo, por eso solo vamos a centrarnos en el instante mismo de la muerte, en qué sucede en ese momento y en cómo lo narran los evangelistas, que tampoco parecen ser los autores directos del texto  final escrito. Son sus evangelios pero fueron fijados con posterioridad. Ese sería el salto de la tradición oral, con decenas de textos escritos, a la plasmación de un texto único y definitivo.

          Mateo 27, 44-52: Otro tanto también los ladrones que habían con él habían sido crucificados le ultrajaban. Desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y hacia la hora nona clamó Jesús: «Dios mío (Eloí), Dios mío», ¿por qué me desamparaste?. Algunos de los que allí estaban, al oírlo decía: A Elías llama éste. Y al punto, corriendo uno de ellos y tomando una esponja y empapándola en vinagre e introduciendo en ella una caña, le daba de beber. Mas los demás decían: Deja, veamos si viene Elías a salvarle. Mas Jesús, habiendo clamado con gran voz, exhaló el espíritu. Y he aquí que el velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo, y la tierra tembló y las peñas se hendieron.

         Marcos 15, 32-39: También, los que habían sido crucificados junto a él le ultrajaban. Y llegada la hora sexta, se produjeron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y a la hora nona clamó Jesús: Dios mío (Eloí), Dios mío, por qué me desamparaste. Y algunos de los presentes, al oírlo decían: Mira, a Elías llama. Corriendo uno y empapando en vinagre una esponja, sujetándola a una caña, le daba de beber diciendo: Dejad, veamos si viene Elías a descolgarle. Mas Jesús, lanzando una gran voz, expiró. Y el velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo. Y viendo el centurión, que allí estaba frente a Él, que de tal manera había expirado, dijo: verdaderamente este hombre era hijo de Dios.

         Nota: Mateo y Marcos redactan un texto muy similar, salvo en la presencia del centurión romano, en la parte final del texto de Marcos, que parece más próximo, más cercano  en su redacción. En ninguno de los dos se distingue entre el ladrón bueno y el malo. Ambos ultrajaban a «Jesús crucificado». Frente al dolor ajeno, siempre hay quién muestra una actitud hiriente, que a veces llega a lacerar más que el dolor propio.

         Lucas 23, 42-48: Y el otro decía a Jesús: acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza. Díjole: en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso. Y era ya como la hora sexta, y se produjeron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona, habiendo faltado el Sol; y se rasgó por medio el velo del santuario. Y clamando con voz poderosa, Jesús dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto expiró. Viendo el centurión lo acaecido, glorificó a Dios diciendo: realmente este hombre era justo. Y todas las turbas allí reunidas para este espectáculo, considerando las cosas que habían acaecido, se volvían golpeando los pechos.

       Nota: Lucas, el discípulo de Pablo, compone un texto diferente. Aquí no se relata el acontecimiento histórico de la muerte de Jesús, sino que se refiere directamente al Cristo de la Fe. El buen ladrón (que solo se menciona en este evangelio), se dirige a Cristo y no al Jesús crucificado. La distancia conceptual con respecto a los relatos de Mateo y Marcos (ambos históricos),  es enorme. En Marcos hay cercanía descriptiva, y en Lucas solo teología y literatura.

            Juan 19, 26-30: Jesús, viendo a la Madre, y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dice al discípulo: he ahí tu Madre. Después de esto, sabiendo Jesús que ta todas las cosas estaban cumplidas, para que se cumpliese la Escritura, dice: Tengo sed.  Había allí una vasija de vinagre; tomando pues, una esponja empapada en el vinagre y clavándola en una caña de hisopo, se la acercaban a la boca. Cuando, pues, hubo tomado el vinagre, Jesús dijo:. Consumado está. E inclinado la cabeza entregó el espíritu.

            Nota: Juan, el testigo al pie de la Cruz, solo está interesado en marcar su posición. No da detalles sobre la oscuridad del día, que parecía acompañar a la tragedia del crucificado. No hay diálogo con el Padre, ni ladrones acompañando en el tormento. No hay centurión, ni relato histórico. A quien redactase este evangelio, solo le interesaba resaltar que allí estaba Juan y que fue designado como el discípulo amado, algo que a la postre no tendría consecuencia alguna.

      PD: Para este artículo se ha utilizado una edición de la BAC (Biblioteca de Autores cristianos) de 1962, en traducción directa del griego de José María Bover y Félix Puzo.