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Sobre el bautismo

   Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan intentaba disuadirlo diciéndole:

  -Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?.  Jesús le contestó:

 -Déjame ya, que así es como nos toca a nosotros cumplir toda justicia. Mateo 3, 13-16

       Sumergirse, esa era la palabra que empleaba en días pasado un nuevo comentarista, de los muy pocos que se atreven o se interesan por este lugar. Elmer, dio con la palabra adecuada, sumergirse.  Eso es el bautismo. Introducirse en el agua y cumplir toda justicia, incluso aquel que no precisaba de ser bautizado.

           Este es un espacio en donde se pueden aprender cosas, en donde su percibe y vive cierta espiritualidad, pero muy alejada de la doctrina oficial de La Iglesia. Siempre hay otro modo de ver las cosas, incluso de vivirlas. El encorsetamiento de la «verdad oficial», de la fe rígida, oprime y asfixia. A pesar de ello hay quien no desea otra cosa y todo eso le resulta suficiente porque no necesita más cosas.

           Sumergirse en las aguas, incluso las de la duda, una y otra vez, para renovarse, para purificarse y por un instante, volver a nacer de nuevo. No hay virtud sin pecado, ni gloria sin sacrificio. Quien no ha probado de ciertos cálices, no puede alcanzar cierto grado de conocimiento. Nuestra Fe, si es que existe, es distinta. Es la Fe de las obras, y es por ellas con la que mostraremos nuestra Fe. Ese es el crisol en el que Dios Padre prueba y templa las almas de aquellos a los que elige, en el fuego del dolor, de la soledad y el del pecado.

         «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan». Lucas 5, 33