«Vendrá un día, ardiente como un horno»
Malaquías es el último de los grandes profetas de los que se tiene constancia. Parecen muy precisas, dentro de lo que eso es posible, sus profecías acerca de la llegada del Mesías. Escribió una única carta, recogida al final del Antiguo Testamento, que al igual que la de Santiago, está llena de contenido. En la época en la que escribe Malaquías (no confundir con el Malaquías de las profecías de los Papas), la inminencia de la llegada del Mesías era presentida por mucha gente. Reinaban tiempos de zozobra y desasosiego, y al igual que siempre, los ricos y los poderosos se comportaban con impiedad y soberbia, sin que pareciese irles mal. Esto causaba, y sigue causando, cierta conmoción, cierta inquietud. Las cosas cambian muy poco entre un milenio y otro.
Por ello la gente se apartó de Dios, porque no veía castigo sobre el malvado, ni recompensa por obra con rectitud. Lo curioso, es que en aquella época, a Dios se le interpelaba de modo directo y Éste respondía. No como ahora, que se encuentra sumido en el concepto teológico del «silencio de Dios».
Carta de Malaquías 4, 1-6
Los hombres se decían unos a otros: ¿Qué provecho hemos sacado de haber guardado los mandamientos, y haber seguido triste la senda del Señor de los ejércitos?. Por eso ahora llamamos bienaventurados a los soberbios; pues viviendo impíamente hacen fortunas y provocan a Dios, y con todo quedan salvos. Y Dios estuvo en silencio y escuchó:
La respuesta de Dios es inigualable:
En aquellos días en que yo pondré en ejecución mis designios, vosotros mudaréis de parecer y conoceréis la diferencia que hay entre el justo y el impío, entre el que sirve a Dios y no le sirve.
Porque he aquí que llegará un día semejante a un horno encendido, y todos los soberbios y todos los impíos arderán como estopa; y aquel día que ha de venir los abrasará.
Amén.
Por tanto, Dios sabrá hacer justicia ese día. Mientras tanto, que cada uno de nosotros haga examen de conciencia. No creo que nadie estemos libres de culpa.
El momento que ha fijado la fotografía es peculiar. La luz ofrecía contrastes nítidos, que son los que me gustan. La luz del sol rasgando parte de las nubes confiere a ese campanario un halo de incertidumbre ideal para lo que quería expresar. No se sabe, si lo que seguirá a ese instante será la luz diáfana o la tormenta.
«Todos fallamos», se dice en la carta de Santiago. Sin embargo, la impiedad de la que se habla aquí no es la de haber faltado un día a misa, haber mirado mal a un indigente, no ayudar a una anciana a cruzar un paso de cebra o haber perdido la paciencia en el entorno familiar. Malaquías va mucho más allá, a una clase de impiedad y de maldad que estando a la vista de todos, pretende hacerse pasar como cumplidora de las reglas y usos morales.
Yo diría que lo sigue a ese momento de nubes es la luz diáfana, siempre. Pero como todo en la vida, las cosas evolucionan y posiblemente cambian sin esperarlo.
El evangelio de hoy de San Lucas, habla muy claro, a aquellos que tanto les gusta lucirse y Jesús le contesta: «porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo». Léelo, es digno de hacer una entrada.