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lámpara encendida

 Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas. Lucas 12, 35

En los templos antiguos siempre había alguien encargado de mantener encendida la lámpara. En la mañana, en la tarde, recorría todos los lugares del templo, en busca de las lámparas y lucernas para llenarlas de aceite. Es un trabajo simple pero constante. Requiere una dedicación, un cuidado, cierto cariño en la tarea, como cualquier otra que se quiera llevar a cabo. Siempre hay paradojas, pues una pequeña lampa ilumina mucho en la oscuridad de la noche, y su luz se mantiene viva aunque el aceite esté a punto de acabarse. Ofrecen una luz muy definida, que sirve de guía pese a su pequeño tamaño. Sin embargo, cualquier cosa puede apagarlas, aunque sea una leve corriente de aire, o llegar un poco tarde a su cuidado. Hay también personas que se dedican a buscarlas y apagarlas, pues prefieren que las gentes caminen entre las tinieblas. Es una labor que requiere poco, y a la vez mucho, porque no sirve cualquier luz.

Apenas entra nadie aquí, aunque leen muchos más de los que comentan, que son pocos. Pese a todo, la lámpara seguirá encendida, para quien quiera verla.