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        Al principio creó Dios los cielos y las tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo; pero el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Génesis 1, 1-2. Y el Espíritu era Dios.

       Hace ya tiempo, casi todas las semanas, se leían en los periódicos jaculatorias y oraciones al Espíritu Santo. El espíritu es la energía que nos permite movernos. Si él muere o se adormece, todo se acaba. Es la llama que alumbra en el interior. Sin esa luz todo es tiniebla. «Yo os mostraré a quién debéis temer», dice Lucas. Mateo precisa más: «temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna». Sin embargo todo eso ha desaparecido, pese a su alta importancia.

              «A quien dijere una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no le será perdonado. Cuando os conduzcan ante los magistrados y autoridades, no os preocupéis de cómo o qué habéis de responder o decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora lo que habéis de decir», dice Lucas 12, 10-12

                                                     Jaculatorias

        1- Espíritu Santo, dulce huésped del alma, permaneced conmigo y haced que yo permanezca siempre con vos.

        2- Espíritu Santo, Dios, Tened compasión de nosotros.

        3- La gracia del Espíritu Santo ilumine nuestros sentidos y nuestros corazones.

        4- Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestros fieles y encended en ellos el fuego de vuestro amor.

        Rezadas todos los días durante un mes, conceden indulgencias de 300, 500, días y 5 años.